ALGO QUE CAE
Ricardo Marin
A menudo olvido que mi casa esta en el dé-
cimo piso. Salgo corriendo a comprar ga-
lletitas al kiosco, por ejemplo, y distraida-
mente salto el balcon como si en verdad se
tratara de una pequeña valla tras la cual estuviera la
vereda. Recien cuando voy por el aire dando inuti-
les manotazos reparo en mi error y me prometo to-
mar medidas para que esto no vuelva a sucederme.
Pasan los pisos, es decir, paso yo: el noveno (dos
viejitos que de jovenes fueron cantantes de clubes
nocturnos); el octavo (no vive nadie); el septimo
(la solterona que se cree canario); el sexto (los me-
Ilizos con caras de asesinos); y así el quinto, el cuar-
to, el tercero (la que siempre está asomada al bal-
con y una vez más me mira pasar), el segundo, el
primero... A esta altura es común que piense: "Si
hasta aqui llegue bien..." Cuando voy por la pala-
bra bien iPaf! doy contra el piso. La gente se amon-
tona, confusamente escucho sus opiniones, suena
una sirena, alguien grita... finalmente me levanto,
sacudo mi ropa (rojo de vergüenza), pido tranqui-
lidad a la gente y, como si nada, continuo hasta el
kiosco. Regreso con las galletitas, subo en el ascen-
sor y ya adentro de mi casa, a salvo de las miradas
de los vecinos, ahí si aullo de dolor. Después tomo
el telefono y pido turno al Instituto de Traumatolo-
gía. En general me dan hora para la semana si-
guiente.
Devoro las galletitas.
Extraido de la Revista PURO CUENTO/30
Acrilicos , bocetos sobre papel y biromé (lapicera)negra
de
PABLO ALEANDRO,
Mar de Cobo, año 2015
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